Hagan palmas nomás
Cuando Martín va puntual y degüella sus sueños y su tiempo
embebido en la mala fortuna naturalizada, en el dínamo atroz de la rutina que
sólo genera más rutina. Y cumple hasta con lo que no está de acuerdo sólo por achicar
un poquito más la lejanía de la zanahoria que pone a todos los conejos a
correr. Y llega muerto pero con esperanza, con apenas una cucharada que le
alcanza para relajarse los treinta minutos que le quedan de vigilia antes de caer
fusilado, mientras ella lo mira con compasión pero incisiva, dispuesta a
presionarlo lo necesario para que no falle, para que no se perjudiquen. Y para ella
es fácil, porque sólo tiene que decirle que
aguante.
Cuando Sebastián dos o tres veces por semana está ahí, con
diez grados menos en invierno y diez más en verano, enfrentando a fuerza de
voluntad con sus veintipico lo que los pibes que lo rodean viven desde sus
primeros días sin saber lo difícil que es. Intentando menguar la herida de
quienes nacieron con menos, jurando que lo importante es el empuje del hacer,
aunque se les desvencijen sus manos de poco pan. Pronto habrá nuevos vientos
asegura con incerteza escondida. Y para él es fácil, porque sólo tiene que
decirles que aguanten. Y a su vez Adrián, horas más tarde le sirve otro vaso y que no abandones Seba, no abandones flaco, le
dice, que es necesario porque eso ayuda a que subsistan las pasiones y las
mariposas que la desigualdad social todavía no mató. Y no es que no tenga
razón, pero Sebastián en el fondo putea, porque para él es fácil porque sólo tiene
que decirle que aguante.
O cuando Nina le dice a León que le dé además la otra mano,
porque ya le duele el hombro de sostener y que seguro algo con el pecho lo
conecta porque este también le duele. Que ni cerca ni medio lejos, que lo quiere
adentro. Que quiere su alma para echar raíz y no el sobrante de su espalda. Que
las verborragias de su soledad se le hacen tinta y no son un orgullo aunque después
le soben el lomo. Y para él es fácil, porque sólo tiene que decirle que aguante
mientras marca la cancha como un dios distraído.
O cuando Mariana paga con horas de vida la carrera que le
permitirá ganar el dinero suficiente para compensar en vacaciones las horas que
perdió en forma de pago y de estudio para su carrera que cuando sea oficio la
dejará sin tiempo para reír pero con mal llamada calidad de vida y una agenda
apretada para no angustiarse. Ella en el fondo sabe que calidad de vida es no
padecer su rutina, es elegir en qué se van sus días, es no traicionarse, es amar
y es hasta coger con tranquilidad, pero no auto ni zapatos nuevos. Silenciosamente
se está perdiendo el momento de poner toda la carne en la parrilla por lo que
siente, mientras su padre le alumbra el camino con la lámpara de sus propios
miedos. Y es que para él es fácil, porque sólo tiene que decirle que aguante
porque nunca aprendió a sugerir otra cosa ni a pensar verdaderamente en grande.
O cuando el escritor inventa personajes para hacerlos carne
de cañón de sus propios pesares, solapando así que su obra está hecha de manchas.
Y para él es fácil porque sólo tiene que decirles que aguanten aunque ellos no
hayan hecho nada para ser merecedores de tal martirio.
Cuantos se ahogarían en el surco de la huella de quienes
creen entender, porque verdaderamente no saben un carajo de empatía.
Los tribuneros, el combustible satisfecho de ser sólo un
cómodo, políticamente correcto y prescindible combustible.
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