Confesiones de un creador
Sería una falta de respeto al arte mismo adjudicarle la esencia de cada obra a musas de carne sin sabor.
Se cree que la inspiración nace en el auge de los momentos de soledad y melancolía, cuando la ausencia de terceros brinda el poder de decisión suficiente para erradicar la culpa de la creación.
Nadie reflexiona en medio de una euforia o un ataque de ira, pero es cuestión de darle la comba correcta a cada impulso interior para ejercer el arte de improvisar.
Improvisar es como hablar con el corazón, pero hay que tener agallas para afrontar las crueldades que este nos pueda decir.
Expresarse duele y complace.
A menudo es posible encontrarse con seres equilibrados que mantienen inactiva la red de comunicación existente entre el cuerpo y sus adentros, son débiles ante el filtro natural de la conciencia (verdugo del creador impulsivo).
El ser equilibrado es el primero en anhelar fuegos de expresión al deslumbrarse ante la creación ajena. Todos necesitamos una pizca de libertad de manifestación, pero nadie se dispone a pagar su precio real: el total de la cordura y la mitad de las alegrías de plástico (encargadas de teñir de color cada tono grisáceo de la existencia).
Es alto el precio de la voluntad, y corta la vida del júbilo, pues nadie posee un capital infinito de felicidad, cada quien tiene el derecho y la obligación de sentirse pobre de alma de tanto en tanto.
Al fin y al cabo, lo único seguro es que quien desea el don de exponer su lado humano mediante manifestaciones de tipo artísticas, está deseando (inconcientemente) una gama de sensaciones de vacío, culpables de parir el lirismo de cada día.
Es un trato que hay que analizar meticulosamente antes de cerrar.
Se cree que la inspiración nace en el auge de los momentos de soledad y melancolía, cuando la ausencia de terceros brinda el poder de decisión suficiente para erradicar la culpa de la creación.
Nadie reflexiona en medio de una euforia o un ataque de ira, pero es cuestión de darle la comba correcta a cada impulso interior para ejercer el arte de improvisar.
Improvisar es como hablar con el corazón, pero hay que tener agallas para afrontar las crueldades que este nos pueda decir.
Expresarse duele y complace.
A menudo es posible encontrarse con seres equilibrados que mantienen inactiva la red de comunicación existente entre el cuerpo y sus adentros, son débiles ante el filtro natural de la conciencia (verdugo del creador impulsivo).
El ser equilibrado es el primero en anhelar fuegos de expresión al deslumbrarse ante la creación ajena. Todos necesitamos una pizca de libertad de manifestación, pero nadie se dispone a pagar su precio real: el total de la cordura y la mitad de las alegrías de plástico (encargadas de teñir de color cada tono grisáceo de la existencia).
Es alto el precio de la voluntad, y corta la vida del júbilo, pues nadie posee un capital infinito de felicidad, cada quien tiene el derecho y la obligación de sentirse pobre de alma de tanto en tanto.
Al fin y al cabo, lo único seguro es que quien desea el don de exponer su lado humano mediante manifestaciones de tipo artísticas, está deseando (inconcientemente) una gama de sensaciones de vacío, culpables de parir el lirismo de cada día.
Es un trato que hay que analizar meticulosamente antes de cerrar.
Me estaba acordando mientras leía... que las mejores 4 o 5 (que pocas no?) canciones que compuse salieron minutos despues de un ataque de nervios...no se.. los sentimientos están para sentirlos, son todos dignos de ser expresados, y estaría bueno encontrar un mecanismo para poder crear con cada uno de ellos....deben salir cosas grosas..ya debe exisitir igual, jaja! como todo...
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