La trampa del enemigo

Cuando el silencio y la melodía bailan juntos, y el aire se llena de introspección y del éter de nuestro propio tormento como si algo fuese a suceder en un papel, es preciso saber, para quien sostiene la birome o las cuerdas, que si se peca de soberbia al otro día se recibe la carta de un viejo enemigo (solemne e invencible): uno siendo su propio verdugo.
Esa carta dirá dos verdades. La primera es que la noche fue un desperdicio y no hay remedio. Y la segunda es que verdaderamente, el vacío existencial, el malestar insaciable y los dientes rotos, no importan a nadie y no vale la pena dar fé de ellos. Algún amigo acudirá a nuestra ayuda, pero el pesar netamente de uno no es buena piedra para tallar arte. Sí lo es la entrega.
La entrega es entrega cuando es total: el hombre hablando de todos los hombres a través de sí, sintiendo como todos los hombres, considerado y rebelde. La entrega parcial, egoísta y fatal no produce más que bollitos de papel.
A esta altura, bien sabemos que no es menester dar el cuerpo a ese fatalismo egocentrista, ya que al final da igual una que otra pérdida, uno que otro trabajo o una que otra derrota. La fortaleza verdadera viene de lo que somos para siempre, de lo que nadie puede discutir. El resto es boicot: el esclavo flagelándose, sobándose el lomo y ajustando sus cadenas.

Por eso suelto mi guitarra cansada, suelto a los desamorados, suelto a los existencialistas fraudulentos, a la memoria trunca, a la esperanza obediente, a las angustias de siempre y a los problemas-quehaceres; y me abrazo con los que luchan de veras, porque encuentran contra qué luchar: los que emergen desde abajo, los mártires sin nombre, los hermanados en la resistencia, los del hambre de huelga, los de la sangre derramada, los de la injusticia alquilada, los del nunca aflojar.
Soy fuerte aplaudiendo a los que luchan (y más fuerte sería luchando con ellos, pero que distraído estoy).
Soy fuerte sabiendo que ninguna lucha es en vano.

Al rato reculo y me siento a escribir, tratando de pensar en todos, de no volverme un hipócrita, y de que este texto no sea una mierda, anzuelo de mi adversario más tirano.

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