Trémolo (desvelo corto)

A veces me cuesta creerlo pero por algún motivo termino creyéndolo. Me hallo sentado sobre mi soporte cuando del pecho crece una campana horizontal, cubierta de ramas y hojas todas verdes, de masomenos un metro de diámetro. Se vuelve difícil ponerme en pié una vez que esto sucede. De la campana, que todo escucha y canta, salen manos que todo lo sienten y tocan, y luego (lo más hermoso de estos días) todo lo sueltan. Son collages las historias que de esto devienen, casi mentiras, que cuando acaban… ¡Ah, que injusto!
Injusto y virtual el fin de cualquier cosa, pero más este porque no implica nada a posteriori. Algunas huellas juntan humedad y semillas que más tarde traen plantas. En otras no se junta nada y las borra la lluvia, si otra huella no las desdibuja antes.
Después del vendaval, quedo encallado en Corrientes y Cerrito. Un Kraken me aprieta la nuca (maldito carnicero; nunca puedo atraparlo), y en la quietud, pupilas dilatadas y ciego desconcierto, soy sólo dos brazos desesperados metiéndose en el pecho, rompiendo costillas y hurgando tozudos, queriendo traer aquellas raíces de vuelta donde estaban cómo buscando un camino de regreso. Torpe y ávido de manos música que todo lo sueltan y  redimen, veo como mis brazos (los concretos, los inútiles) jalan y jalan de la raíz Excálibur, y del centro no crece nada.
Y es que hay que aceptarlo porque uno no puede todo controlar por más ganas que le ponga.

(¿Qué no harías por amor? Trémolo del deseo, si quienes te han querido son historia, y quienes no poema.)

Y yo lo sé. Sé muy bien cuando escribo yo y cuando el Kraken me toma las manos. Se bien cuando soy franco y cuando intento en el papel lo que jamás estaría en un papel. Me doy cuenta; no soy tarado.

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