¿Nada para decir?

Usted, ente de la pérdida total del tiempo ¿Por qué en vez de leer este texto, parido en medio de la nada, no le da vida a algo un poco más interesante?
Sucede que hoy, quien escribe, no tiene nada para decir.
Claro está que podría opacar tal realidad mencionando algunos hechos sorprendentes (como por ejemplo: que Sócrates jamás escribió una obra, que las rosas son en verdad rojas y que los colorados no tienen nombre) y llegar a boca de algún seudo-crítico regular.
Pero no, esta vez, abrumado en la monotonía de vivir en el siglo XXI, en el que absolutamente nada de lo que haga un tipo simple promete pasar a la historia, lo reto a usted, mi estimado lector, a crear algo interesante.
Pero esmérese. No olvide que no vale la pena escribir un poema acerca de aquella novia que se fue para siempre, buscar la forma de reducir el calentamiento global, ni promover el socialismo utópico de Robert Owen.

Mientras en este momento cierto afán de gloria, y de callar a este escritor mañoso, lo obliga a idear algo magnífico para llegar a lo más alto, permítame recomendarle elegir a mucha conciencia su destino: llegar a buen puerto requiere superar unas cuantas tormentas, y hay que estar listo para ello.
Así que, cuidado Ícaro. Tan cerca del Sol se encuentra la cima que se derretirán sus alas. Y esa caída dolerá.
Es un vuelo delicado, y un negocio un tanto turbio: convengamos que no vale la pena arriesgar sin saber que hay al final de este arco iris. Dicen que las ollas de oro pasaron de moda.

Entonces mi considerado, permítame decirle que parece habérsele presentado una increíble encrucijada, puesto que, decidir entre el intento de perdurar, dando a luz genialidades a riesgo de no recibir recompensa alguna, o simplemente existir, sin conocer nunca el gozo anímico total ni la frustración, no es cosa fácil.
Seguramente se encuentre usted incapaz de elegir inmediatamente. Pero no se aflija, todos tenemos algo que darle al público, es cuestión de encontrar el momento justo. Sino mire cuanta hoja ocupada con el divague de un loco que osa sentirse diferente.
Por eso mismo, (no hoy ni mañana, sino en un futuro) intente hacer algo genial.
No trate de lograr la paz mundial, tampoco de acabar con el hambre… ¡Y que ni se le ocurra revivir a un muerto! (Reflexione presunto Dr. Frankenstein ¿Quién valoraría la vida si existiese la resurrección? O mejor dicho ¿Quién valoraría la vida si no existiese la muerte? Pues el negro es negro porque existe el blanco, y el amor… el amor es tan caro gracias al odio). Pero, por su bien (o su desgracia), lleve a cabo esta tarea de invención.

Piense a futuro, sea lo que sea que vaya a hacer, hágalo teniendo en cuenta que un día la parca tocará su puerta y será de pelele encogerse de hombros para confesar que perdió toda su vida estudiando, trabajando y formando una familia (o varias si es su caso de los menos ortodoxos).
Sea arrogante y cree algo maravilloso. Huya de la mediocridad.
Y no se ofenda ni juegue con la idea de que lo dicho anteriormente son órdenes de un loco. Para nada.
Es un dogma indiscutible que quien jamás engendra algo único, con raíces en el ánima, se haya incapaz de jactarse de su existencia permanente. No importa cuantas fotografías se le tomen, o cuanto lo extrañen sus seres queridos luego de irse al otro barrio. Sin una obra netamente propia, que represente el legado su paso por la vida, será recordado como el mero reflejo del actuar del tiempo sobre un conjunto de órganos.
Así que revuelva sus ideas, descubra su potencial, y deshágase de toda su no-obra, que esta función se llama “Vida” con todas letras, y recién empieza.
Eso sí, que la tarea de viajar a un nuevo mundo, no lo haga olvidar de donde viene.